He dormido fatal. Tengo los biorritmos por los suelos. Aprovechemos para hablar de fetichismos.

En su última columna en Pitchfork, Martin Clark habla con un productor de grime y le dice que quiere publicar en vinilo, porque así parecerá que ha publicado algo y sacará algún dinero porque tardará más en filtrarse a internet. Se que todo el mundo adora el vinilo pero yo lo odio por esa misma razón. Mis recuerdos de cuando lo compraba, eran los típicos, llegar temblando de excitación al piso por haber hecho la compra, por haber hecho esa selección, sacarlo de la bolsa de plástico, mirar cubierta y sobrecubierta, sacar la funda interior, mirar las notas interiores y el arte que lo acompañaba, girarlo entre las manos, sacar el vinilo y mirar la etiqueta, el brillo de los surcos al reflejar la luz, el particular olor unido a la escucha y… quedarme como un idiota porque no tenía donde pincharlo hasta que no volviera a mi casa.

El otro día estaba pensando justo en esto, porque el equipo que tenía en casa de mis padres está para el arrastre y de repente, la pequeña colección de música que tengo en ese formato es completamente inútil. Me planteé la idea de comprar otro equipo donde reproducirlo, pero la idea no me seduce en nada. Quiero portabilidad, quiero poder irme a otra habitación o a otro sitio y poder escuchar música mirando a la gente que pasa por la calle o de visita en casa de unos amigos y no tener que pensar si ellos tienen o no. Y no me apetece cargar con ellos. La tienda de música especializada aquí seguramente saca más dinero vendiendo vinilo para los aspirantes a DJs que con las novedades de música indie. Así que tengo asociado a la cultura del vinilo ciertos elitismos, barreras económicas, etc. De hecho pensé hasta en hacer un post fotográfico con mi colección de discos por si alguien los quería en lugar de tirarlos. Me hizo gracia la idea, hasta para perderlos de vista me cuestan el dinero (en forma de embalaje y gastos de envío). Cuando finalmente accedí a ellos, te encuentras esta sensación de limitación espacial. Realmente mi colección de discos no era demasiado grande ni variada. Fácilmente se podían mirar todos los títulos en un minuto. Creo que la única cosa que perdería sería el hecho de mirar los distintos estantes en una tienda, el paso de cada uno entre los dedos, la posibilidad de la sorpresa o la decepción aguardando en cada golpe del dedo índice. Quizás no valoro lo suficiente mi colección de discos. ¿“Pequeño Circo E.P.”? ¿Un flexi de Cancer Moon que venía con un fanzine que ya estaba muerto cuando lo compré? ¿Un disco de Big Black? ¿Un LP de las Marine Girls y un recopilatorio de los grupos que surgieron a partir de Young Marble Giants? ¿American Music Club? Gosh, fuck vinyl. Pero ayer mirando descubrí que todo ese mundo se podía abrir de nuevo ante mí. Podía comprarme esto por el módico precio de 24000 $.


Hay una cierta tendencia en los blogs personales japoneses, al menos los de personajes públicos a convertirlos en un muestrario del gusto sibarita del dueño. Todo lo que se consume (música, comida, mobiliario, vestuario), es fotografiado, citado o enlazado y ensalzado o denostado. Seguramente lo segundo no. Es algo divertido porque no entiendo el idioma y es un modo de conectar con la cultura. Lo que he descubierto es que soy fetichista por… la manicura


(aunque las mías siempre están hechas un desastre).

0 comentarios:

Archivo del blog