Mientras veo el video de Little Boots interpretando “Time to pretend” de MGMT vuelvo a una idea recurrente durante estos últimos meses. Como el tratar de argumentar una opinión sobre ciertas propuestas musicales pop se convierte en una tarea compleja, fascinante e inabarcable que va mucho más allá del tiempo o el interés que se les puede dedicar. Quizá una consecuencia directa del nivel de acceso a la información o como las primeras generaciones que realmente han crecido a base de playlists en sus reproductores de mp3s están comenzando a crear música ahora. No es que el tratar de extraer consecuencias o conclusiones resulte azaroso o un proceso continuo de desorientación, es que uno casi no sabe ni donde comenzar. Es una curiosa sensación de perplejidad. En una entrevista, hace mucho tiempo, Mus hablaban de cómo les irritaba la recepción que una canción suya había tenido por incluir un solo de saxo asquerosamente mainstream y “horroroso” según mucha gente, explicando como la idea provenía de un homenaje al cine de terror italiano y sus bandas sonoras, y como ese elemento sonoro era un digamos “homenaje” con significado dentro de la idea de la canción. Ahora muchos discos parecen sucesiones de interpolaciones, ideas unidas por finos hilos que apenas se dejan ver y materias tan distantes entre si como para no saber por donde empezar a desmontarlos.



Pongamos por ejemplo, High Places. Salvando el minúsculo detalle de que su primer largo es una porquería por el hecho de plegarse a lo “bonito” según la estética indie, los temas que se puedan sacar a partir de ellos son extensos: la relación entre naturaleza y tecnología, la relación entre formación musical y espontaneidad representada por ambas partes del dúo, la disposición horizontal de sus instrumentos musicales (aunque no lo parezca), la unión de lo burgués y lo atávico, el saber si realmente estamos hablando de indie o no, ya que las propuesta de huida hacia lo otro se mantiene pero es distinta en muchas cosas (no solo estéticas) a la idea que podía representar para los grupos que se identificaban bajo esa etiqueta durante las últimas décadas, una música que surge de fuentes como el hardcore, la música contemporánea o la improvisación, el hecho de hacer grabaciones de campo con el micro del ordenador portátil, el tipo de instrumentación usado (Lucky Dragons, colegas de estos, usan Max/MSP para crear algunas de sus herramientas sonoras y después acompañarlas con flautas y otras cacharrerías), Annie Dillard y William Cronon, etc. etc. Se que el disco de Lucky Dragons, veintitantos bosquejos sonoros que llevan dos críticas por ahora en The Wire, me fascina, pero no sabría explicar en modo alguno cual es el motivo de seducción, como se estructura mi fascinación. Este vouyerismo en forma de universos personales expuestos donde la música es una pequeña pieza más de un puzzle de fragmentos que no encajan, quizá pueda ser fascinante desde la perspectiva del oyente (en caso de que a uno le guste), pero supongo arroja algunas sombras llenas de inquietud sobre la capacidad, sino de la crítica, al menos de la mía, para tratar de comprender e interpretar el mundo.

(Little Boots estrena durante el próximo mes, cada lunes incluyendo el pasado una canción nueva en su MySpace)

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