Just for fun



Según el tema “I’m a man” de Bo Diddley, el concepto de masculinidad, de lo que significa ser “un hombre” viene formulado respecto a la sexualidad, por ser concreto, en la relación heterosexual con una mujer. De hecho, es una sensación que se da como algo tan sobreentendido que decir “soy un hombre” debería ser algo que todos los “hombres”, es decir todos aquellos que se definen por sus relaciones heterosexuales con mujeres, entenderían, algo “natural”, algo sin doblez. Es decir, que Bo Diddley es un homófobo. Pero da igual, porque todos sabemos que esa expresión de “soy un hombre” ha sido usada a diestro y siniestro dentro del mundo del rock.



El videoclip comercial de “O Valencia” de The Decemberists nos cuenta la siguiente historia: el hombre necesita escapar de la figura del padre y huye con la hija, se refugian en un motel pero son encontrados, el hombre ha de luchar por defender su propiedad pero no puede con tantos rivales, el padre aparece y viendo que su hija ya no tiene ningún valor para él, la mata.

Quizás la historia se complica en la versión extendida: la hija, puro eye candy en la otra versión que solo sirve para llenar el plano, en realidad ha robado dinero a su padre y está usando a este hombre violento para protegerla fingiendo amarle. Así que además de eye candy, mala mujer. Gran mejora. Así que la música indie es misógina.

Este artículo apareció en una famosa revista musical española con motivo de su número 200.

“A mediados de los noventa la prensa musical anglosajona se volcó con el titular “Mujeres y rock”, una moda vigorosa que llegó a propiciar media docena de libros. Bueno, no eran libros de verdad, sino colecciones de entrevistas, aprovechando la “explosión alternativa”, con su amplia cuota femenina y su actitud anti-machismo (encarnada en Kurt Cobain, perfecto icono de “chico sensible”). A pesar de cierto oportunismo, los informes contenían confesiones valiosas: la sensación de intrusismo al comenzar a tocar, la pesada carga de los estereotipos o la dificultad de mantener la autoestima en una industria sexista. También nos enteramos del tenso trato con técnicos de sonido y empleados de tiendas de instrumentos (entre paternalistas y babosos). Pasado el año 2000, el asunto parece olvidado. ¿Señal de normalidad o de que estamos ante una batalla perdida?

Recuerdo que, en esa época, se discutía si Madonna era un modelo de conducta o una simple mujer de negocios. Hoy sabemos, por lo menos, que no tiene mucho que decir más allá de la pista de baile. Fracasó con su ramplona discográfica (Maverick), en el insulso libro “Sex” y en los tristes intentos de convertirse en actriz (en contraste con sus mejores clips, que no caducan). Aunque atraviese un buen momento de forma, hoy suena tan previsible y desesperada por ser cool como U2. Igual que con los irlandeses, un batallón de alumnas mediocres sacan brillo cada día a su leyenda. Madonna puede lucir tranquila camisetas de Britney Spears o regalar canciones a Kylie Minogue. Con todo el respeto para ellas, dos superventas muy potables, ejercen de competencia blanda, de inofensiva escolta del reinado pop de Madonna.

Mejor reservar el respeto para Courtney Love, una diva con sustancia. Ella sí podría quejarse de discriminación. Hole tienen un catálogo tan intenso como el de Nirvana, pero nadie ha soltado una lágrima por su separación. Imprevisible e intimidante, emplea sus energías en plantar batalla judicial a Geffen para librarse de un contrato abusivo. Caso de vencer, la sentencia recortará el poder de las multinacionales sobre los artistas (basándose en un conflicto similar donde Olivia de Havilland ganó a los grandes estudios). Quien quiera detalles sobre su lucha, que acuda al “Love manifesto”, una cruda disección de los manejos y privilegios de las discográficas. Courtney es dueña de una formula letal, corazón alternativo + cabeza mainstream, que sólo funciona mezclada con talento. Su discografía y su actitud deberían espabilar a otras diosas de la MTV (Morissettes, Pinks, Furtados, Nodoubts y Shirleymasons) tan ladradoras como poco mordedoras”.

El artículo continúa proponiendo otras artistas alternativas que a juicio del autor encajan en ese modelo de mujer a defender antes de terminar con las típicas preguntas de por qué las chicas no escriben crítica, asisten a conciertos, forman grupos que parecen no tener respuesta. Realmente me gusta este artículo ya que hace algo que otros muy parecidos que han aparecido a lo largo del tiempo en distintas publicaciones o fanzines: proponer un nuevo estereotipo. Supongo que a nadie se le escapa con el paso del tiempo que las cualidades que parecían ennoblecer a Courtney Love, son las mismas que ahora nos hacen pensar en ella como una “desquiciada”, “loca”, etc. que es la clase de adjetivos que durante los últimos años la prensa le regala. Así que podemos proponer que el modelo de mujer propuesto es ese: el de la neurótica. Una figura con demasiado significado histórico para las mujeres. Pero este artículo, que se supone defiende a ese ente abstracto llamado “las mujeres (en el rock)”, que trata de “denunciar la situación”, tiene un autor que considera apropiado aplicar las siguientes modulaciones a la obra de unas mujeres por el hecho de ser mujeres: no tiene mucho que decir, tristes intentos de convertirse en…, previsible, desesperada, mediocres, blanda, competencia inofensiva, reservar el respeto para…, tan ladradoras como poco mordedoras, etc. Así que podemos deducir que la prensa musical española, por extensión, por haber publicado dicho artículo, es igualmente misógina. Además pueden añadir que es racista, ya que las mujeres de color no existen cuando se usa el término “feminismo”.

De acuerdo, tras proponer estos tres ejemplos, quizás los puedan considerar “exagerados”, pero los planteamientos no están equivocados, las ideas están expresadas y son utilizadas, entonces ¿por qué no nos escandalizan, las consideramos “tolerables”, “aceptables”?

2 comentarios:

IvánConte dijo...

Estoy de acuerdo en que hay un estereotipo de mujer en el pop/rock "respetable", y que la locura es un elemento recurrente en dicho estereotipo; en Cat Power, en Britney Spears, etc. Incluso en Kate Bush, caso que me parece especialmente triste porque se deja entrever que una mujer con una creatividad desbordante tiene que estar mentalmente trastornada. Realmente deprimente. Pero, oye, que en la página siguiente a ese artículo que citas aparecen sendos artículos, escritos por el mismo crítico, sobre Lauryn Hilly Missy Elliot!!!

anhh dijo...

Estoy viendo “Dreamworlds 3:Desire, Sex & Power in Music Video”, un documental educativo que se vende a instituciones de enseñanza pública o privada por cerca de 200 $ la unidad. La hipótesis de partida es que los videoclips están concebidos con una mirada masculina, por ser concretos con una mirada “pornográfica” masculina, donde todo lo que en ellos aparece es una extensión o una metáfora de su deseo. Así van analizando la apariencia de las mujeres, que trabajos realizan, con que tipo de planos son filmados. Todo ello ilustrado con imágenes de videoclips. Pero lo primero que me chirría es ese uso de las imágenes: no son ejemplos que se analizan como fragmentos dentro de un ejercicio “artístico”, sino un continuo en apariencia inabarcable. Puedo estar a favor o en contra o admitir que algunos ejemplos son realmente claros (el ya citado hasta el final de los tiempos plano de Nelly pasando la tarjeta de crédito por las nalgas de una chica), pero me están tratando de colar algo. De repente empiezan a aparecer planos de gente como Shirley Mason o Courtney Love (videoclip de “Malibu”) que se nos introducen como carnaza y relleno, más modelos y no artistas. Aparece Justin Timberlake y se nos recalca que la letra dice “te tendré desnuda al final de esta canción”, que realmente lo dice, pero para esta gente no hay grises. Hablan sobre Madonna y sobre lo importante que es, el modelo de mujer trabajadora que supone, pero critican que su sexualidad está contenida y sometida al mismo tipo de mirada “pornográfica”. Es decir, el cuerpo de Madonna se fragmenta en planos fetichistas, ella aparece vestida con la ropa de la fantasía del deseo masculino, actuando de acuerdo con este, en la cama o el dormitorio, siempre disponible para cuando el hombre tenga ganas. Y entonces se lanzan, hablan de cómo una artista seria, una vez que se somete a esta economía sexual no puede escapar a ella. Y la artista seria es Jewel.

Teniendo en cuenta que según los autores de este documental, una mujer no puede jugar con las convenciones de la mirada masculina, no puede participar de ella en un momento determinado como elección propia, no puede enfrentarse con elementos que considere propios porque estos son apropiados por la mirada “pornográfica”, el pequeñito problema que no se atreven a contestar es ¿cómo sería la representación del deseo femenino? O por ser más claros, la existencia de este. Si no importa el “arte”, sólo las guerras de representación, la sustitución de unos estereotipos por otros hasta llegar al punto de considerar a Jewel, mujer que siempre se ha servido de su físico como carta de presentación de su talento, como artista seria, realmente no se si la solución propuesta es el mejor de los mundos posibles, si el nuevo orden propuesto no es tan cruel, aunque más suave que el anterior.

Algo que siempre me llama la atención cuando se critica el machismo de la música jamaicana es la asociación de términos que se hace: dancehall-slackness-violencia-crimen-gueto. Siempre se nos puede poner el ejemplo del roots reggae, o de la música que surgió en los 70 en la isla, como ejemplo de compromiso político y bla, bla, bla. Bob Marley, no recuerdo el dato, tiene más de 120 hijos reconocidos (es decir que se supone que hay más pero que no se han demostrado) fuera de su matrimonio. Y daba unas palizas de muerte a su mujer si ella intentaba hacer algo parecido. Me parece muy bien criticar todo este tipo de temas, pero lo que realmente me asusta son los complejos y las limitaciones que demuestran los que siempre sacan a relucir estos temas. Resulta tan práctico criticar lo que es aparente: muchachas con poca ropa moviendo el trasero delante del hombre, este haciendo como que monta, las descripciones explícitas, el detalle con el que se desglosan todas las fantasías. Pero uno se pregunta siempre lo vago que resulta todo esto. Es como ese momento que llega en la crítica donde se decide despellejar un disco para gozo y deleite del público que aplaude diciendo que ya era hora de que alguien dijera “la verdad”. El disco suele ser uno de Chenoa, nunca uno de Bob Dylan. Así que vamos un paso más, tratemos de analizar cual es la imagen de la mujer que nos arroja la música “sensible” jamaicana. Tomemos estas dos canciones recientes, “Love & Affection” de Pressure o “She’s Royal” de Tarrus Riley. Y la majestuosidad de estas mujeres, la clase y gracia, son el reconocimiento de unas características de sumisión y matrimonio. Pero nunca encontrará este comentario crítico asociado con este tipo de canciones. Y también es curiosa la idea que se da sobre la homosexualidad como algo que surge de la música. Pero nunca mencionan una entrevista como esta con el primer ministro del país, Bruce Golding en la BBC o los comentarios que se pueden leer cuando los medios locales se refieren al tema. O por ya poner, nunca hablan sobre las asociaciones de gays y lesbianas que existen dentro del país. Es mejor la idea del bárbaro, la demonización y la denuncia vociferante que tratar de abarcar o exponer la extensión del problema. Puedo entender la actitud de asociaciones pro-derechos saboteando la actitud de artistas con una larga trayectoria de insultos, porque al menos es una manera de actuar y hacer que reflexione tocándole el bolsillo a él y a todas las familias que se alimentan de su trabajo, ya que los artistas jamaicanos viven de los directos. Pero no entiendo que es lo que “hace” la prensa. ¿Crear un tópico que revisitar cada X tiempo como las comidas de insectos, la violencia en las aulas, las fiestas tradicionales pintorescas o la unión entre crimen e inmigración?

Hace poco me acerqué (no es que los leyera) a los textos de Bell Hooks. Algo que me llamó la atención fue la protesta contra la homogeneización que suponía la visión del feminismo donde todas las mujeres son iguales y donde se habla de la diferencia, cuando la mayoría de esos textos estaban escritos por mujeres blancas, en la mayor parte de los casos con estudios universitarios, y como su experiencia, la de una mujer negra, no era tenida en cuenta, o era aplastada por un tópico (la masculinidad del negro) o simplemente no se veía. Así que cuando usaba en la entrada principal el término “racista” aplicado a un discurso lo quería hacer desde esa perspectiva. Una cosa que quiero separar es que esto no es un ataque contra el autor del texto sino contra una serie de tópicos o maneras de pensar muy asentadas en cierta crítica musical. Por ejemplo, la idea de que la música rock es la única que permite el libre pensamiento y que por tanto la revolución sexual tiene que empezar por aquí. Y eso quizás ya se sale del ejemplo, donde el artículo está ceñido a una idea, más de hace algunos años, con una visión muy de este país del pop y el rock. No se, quizás esto sea trampa, pero cuando recomendasteis el disco de Lidia Damunt, con toda la idea de la visión del mundo femenina y personal, lo primero que me llamó la atención que esta se hacía usando elementos del rock o a partir de las letras dentro de unas estructuras narrativas ya acostumbradas a esos usos. En cierto modo es confirmar el status quo, seguir con lo representativo. Aún recuerdo la campaña de desprestigio que surgió cuando Mala Rodríguez decidió que no quería perder el tiempo con según que revistas o entrevistas y que los periodistas le hicieran las preguntas por e-mail. Es decir, lo que hace cualquier artista que decide como usar su tiempo, tomar sus propias decisiones.

Mencionas el artículo de Lauryn Hill (el de Missy está escrito por Nando Cruz) que hay en la página siguiente. No se, con motivo del disco de Young Jeezy, quería escribir una entrada sobre si era posible la existencia del hip-hop político. Mi idea es que un disco político debería ser irregular, con zonas borrosas, claroscuros, partes desiguales, que es como uno suele vivir lo político (lo que solemos llamar “política”), pero la prensa no reconocía ese disco como “político”, que debe ser una especie de discurso continuo, todo serio, sin desvíos, poderío de la palabra sobre la música, etc. Esta idea de lo político serían la que pueden tener Public Enemy, Nas, Jay-Z o la gente de Outkast junta o por separado. Es decir, aquellos de los que ya sabíamos que tenían una conciencia política o un ideario muy marcado. Y yo sostenía que esa idea de lo político no servía para transmitir mensajes políticos ya que lo aceptábamos como algo natural, como saber en la campaña política de que partido aparecerá Bruce Springsteen. Es predicar a los conversos. Así que Public Enemy, Nas, Jay-Z, Outkast o Lauryn Hill, por volver al tema, son los Serrat, Victor Manuel, Sabina y Ana Belen norteamericanos. Ni se les escucha.

La idea del doble artículo es demostrar que hay gente “diferente” dentro del mundo (“todo comercial”) de la música negra. Es decir, la excepción que confirma la regla. En el de Lauryn Hill hay una referencia al feminismo: la denuncia a otras cantantes que parecen modelos de lencería. En un publirreportaje que el New York Times le hizo a Alicia Keys, también había un comentario en esa línea, tan suave, tan lógica, con tanto sentido “común”: el uso que se hacía de las mujeres en los videoclips, como un objeto más que se podía comprar con el suficiente dinero. Pero, esta visión del feminismo, resulta bastante inocua respecto a la que ofrece alguien como Diamanda Galás. Así que de nuevo nos encontramos, con que es algo secundario, más o menos oportunista, un poco de tacto bohemio y progre mientras que el movimiento radical está en otra parte, en otros estilos. También se puede hacer viendo como son los acercamientos y viendo que estas se hacen considerándolas “autoras”, al menos desde el punto de vista que se tiene desde el mundo del rock. Pero esto es una doble vara de medir: a la vez que se admite que esto no es rock, debe funcionar como este, así que el otro estilo está subordinado, siempre por debajo de la perspectiva “universal” del rock. Esto es algo que siempre me ha llamado la atención: cuando el crítico trata de abrirse a nuevos gustos sin moverse de la posición en la que está sentado. Así por ejemplo, la tradición afroamericana, algo que se puede rastrear en estilos sonoros, recursos musicales, tradiciones líricas, songwriters, tipos de espectáculo, etc. en muchos casos, en vez de ser algo digno de elogio sirve como barrera. Es como cuando se pregunta a una mujer dentro del rock por sus influencias y se espera que sólo diga nombres de otras mujeres. Entonces no resulta demasiado extraño que sea gente que se “abre” a los artistas blancos los que tengan mejor reputación crítica dentro de la música negra: Kanye West, The Roots, Outkast, De La Soul, la gente del neo-soul, etc. Tienen que ingresar en la sociedad para ser valorados.

Por ejemplo, en el artículo se habla de algo que podríamos acotar como “pop/rock MTV”, dirigido a un público mayoritariamente blanco, adolescente, de clase media, etc. Pero lo cierto es que Lauryn Hill con su primer disco, vendió más que Madonna en esos momentos o que cualquier de las otras mujeres mencionadas en el texto, dentro de ese mismo público. Y es lo mismo que hacen gente como Alicia Keys o Rihanna (el otro día leía la sorpresa de la gente al descubrir que el último disco de Rihanna ha vendido más copias que el último de Beyoncé, pero casi todas en el mercado internacional). ¿Por qué no incluirlas?

Y por enlazar con el tema de la locura, Lauryn Hill es otro ejemplo. En Dissensus alguien decía que lo que le gustaba de Kate Bush era que su visión artística le retrotraía a William Blake. William Blake tenía visiones y creía en el espiritismo entre muchas otras cosas, así que algo gratuitamente podríamos pensar que mucha gente creía que estaba como un cencerro. Pero ese concepto de “locura”, jamás sería el que se aplicaría a Kate Bush. Uno implica genialidad, el otro estupidez.

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