Expresiones deliciosas cazadas al vuelo al pasar frente al televisor del pasado fin de semana: “auge del laicismo radical” (“Auge del laicismo” + “laicismo radical”), “ideología de género” (por si se han perdido con este último, anteriormente conocido como feminismo).

Nada nuevo en particular si uno se para a pensarlo (todo aquel que no piensa como nosotros es un terrorista y todo aquel que no piensa como nosotros lo hace dominado por una ideología, por tanto es un fanático, por tanto, un terrorista). En realidad, ahora que lo pienso, el nosotros debería ser “yo” (un yo con el que no se identifica el que escribe esto). En realidad esto es algo que me fascina. La parte interesante es la de la ideología. Una ideología es algo común a lo que alguien se adhiere, pero algo que no se aplica a los individuos, es decir, que una ideología no es lo mismo que una visión del mundo, es decir aquello que se muestra y no se muestra, aquello que uno ve y aquello que le resulta indiferente, aquello frente a lo que reacciona y aquello que pasa sin dejar rastro. Mi momento de fascinación no es el de la aplicación de esta técnica ni la pericia en su ejecución, porque seamos francos, no podríamos estar más cansados de ver su aplicación a cualquier tema. Es el rostro de éxtasis del prestidigitador. En realidad, la respuesta que uno espera a estas alturas es que todo termine como cuando uno se atreve a criticar a un grupo pop surcoreano: “Eso lo dices porque estás celoso”.

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