Pensamientos desorganizados

“Acting is often approached as a question of realism. But concepts of realistic acting have changed over film history. Today we may think that the performances of Russell Crowe and Renee Zellweger in “Cinderella Man” or those given by Heath Ledger and Jake Gyllenhaal in “Brokeback Mountain” are reasonably close to people's real-life behavior. Yet in the early 1950s, the New York Actor’s Studio style, as exemplified by Marlon Brando's performances in “On the Waterfront” and “A Streetcar Named Desire”, was also thought to be extremely realistic. Fine though we may still find Brando's work in these films, it seems deliberate, heightened, and quite unrealistic. The same might be said of the performances, by professional and amateur actors alike, in post-World War II Italian neorealist films. These were hailed when they first appeared as almost documentary depictions of Italian life, but many of them now seem to us to contain polished performances suitable to Hollywood films. Already, major naturalistic performances of the 1970s, such as Robert De Niro's protagonist in “Taxi Driver” seem quite stylized. Who can say what the acting in “The Insider”, “In the Bedroom”, and other recent films will look like in a few decades?”

Sacado de “Film Art, An Introduction” de David Bordwell y Kristin Thompson.

De modo que estamos escuchando a Onyanko Club, el grupo de cuya experiencia surgen las prácticas actuales de AKB48, junto a estas y estamos pensando en como se definen los límites de cada época para aquello que es “aceptable” o “ridículo”, “expresivo” o “exagerado”, “irónico” o “kitsch”. Quiero decir, esto no queda tan lejos de aquello, y aunque en el segundo caso estoy escuchando el último (doble) disco del grupo en lugar de lo que enlazo y esos golpes de sintetizador lo anclan más a una época sonora determinada, a un tipo de quehacer y unas prácticas determinadas por un tipo de tecnología en la producción, o en la forma de manejarse las compañías discográficas, la disponibilidad para ser contratados a bajo precio del talento musical (ya sean músicos de sesión u orquestas) y demás factores igualmente volubles, lo que supongo quiero encontrar es la definición del criterio estético en el cual nos encontramos inmersos. ¿Cuáles son las reglas no escritas que todo el mundo parece tener en la punta de la lengua pero nadie parece capaz de concretar en toda su extensión sin sonar ridículo? (O quizá caer en lo ridículo que es todo aquello en lo que descansan nuestras asunciones respecto al gusto (musical)…)

En una entrevista en RDL, años atrás, a la gente de Go Betweens, les hacían dar una opinión sobre una serie de discos del momento y al llegar a gente como Will Oldham, hablaban sobre como sus canciones eran como castillos de naipes. Bordwell, en uno de sus libros, habla como las constantes visuales y temáticas del clasicismo de Hollywood no se han visto quebradas por los nuevos modos de hacer de los estudios durante las últimas décadas, sólo que algunos de sus efectos (la inmersión del espectador en la ficción mediante la violencia del montaje, la columna de sonido o el movimiento de la cámara, la planificación acentuando el mínimo contenido facial de los actores, etc. para tratar de crear los mínimos tiempos muertos en la narración) se han acentuado variando su visibilidad respecto a otros (además de todo lo demás que pueden suponer). ¿El caso de Oldham podría leerse en ese sentido? ¿No consiste en eso gran parte de las modas dentro de los estilos musicales (la variación de una forma acentuando o desdibujando sus constantes formales hasta llegar al agotamiento y su sucesión por otras formas, parecidas o no, en las cuales repetir el proceso de explotación)?

¿Se puede ver la ingenuidad de una época estando inmerso en ella? ¿La enumeración de sus reglas formales es algo que sólo se puede hacer de forma retrospectiva, cuando las emociones, imágenes y situaciones asociadas a canciones y discos han perdido su vitalidad? Pero no es sencillamente eso, mientras escribo esto y las canciones en el disco se suceden, mi ventajosa vista de pájaro se ha perdido, obviamente aún puedo nombrar algunas de las diferencias evidentes con los modos actuales pero hay algo más, lo que antes parecían ruinas desvencijadas, se han iluminado y vuelven a la vida, cuando sus rasgos y gestos, pasadas de moda o no, se aceptan como cualquier universo sonoro de una propuesta actual, radical o no, aprendiendo las reglas de mesura internas. No es un viaje del continente al contenido ni una cuestión de recepción, tampoco una adaptación a los modismos con los que juegan los compositores con los parámetros disponibles para construir sus canciones de acuerdo a algunos contenidos, valores o ideas que quieran ser expresados. ¿Hasta que parte es “herencia” cultural aquellas apreciaciones de matiz a las que tanto tiempo dedicamos? ¿Hasta que punto una cuestión de intuición? ¿O es una visión del mundo, formada por elementos disparejos que unificamos sin querer reparar demasiado en como creamos dicha cosmovisión? ¿Sería prudente, aconsejable, o incluso inteligente, querer reducirlo todo a una cuestión de ideología? ¿O resulta obvio que la experiencia no se agota simplemente aquí?

Por volver al principio, en uno de los programas televisivos de la semana pasada, por sorpresa para los espectadores (algo que no habían intentado casi nunca en tres años de andadura), algunas de las chicas de AKB contaron algunas historias personales por las que habían pasado hasta llegar al lugar donde están ahora. Uno puede imaginar el formato televisivo que se hubiera utilizado aquí para enfatizar las emociones puestas en juego, pero aquí supongo viene lo interesante de las diferencias culturales, allí, ellas no contaban su historia, introducían una dramatización, con todas las virtudes y convencionalidades de la representación, con todos sus límites, hecha por actores, en ocasiones sin semejanza alguna con las personas representadas, interrumpida con viajes de vuelta para hablar con la chica en cuestión, registrar las impresiones de algunas de sus compañeras o extraer conclusiones. Durantes las partes de (¿no?) ficción, una pequeña ventanita nos daba acceso a las reacciones del grupo (que como no podían ser de otro modo eran más o menos uniformes: sorpresa y después lágrimas). La primera, una historia de aislamiento escolar, bullying y superación mediante el deporte. La segunda, la historia de una chica y su relación con su abuelo, mientras se hacía popular. Lo sorprendente eran algunas de las situaciones. En la segunda historia, la madre le confiesa a su hija que el abuelo está enfermo y tendrá que ser ingresado. La siguiente escena es la llegada a la habitación del hospital, donde la chica se recuerda mentalmente que debe sonreír porque su abuelo le decía que era aquello lo que le alegraba todos los días. Al entrar encuentra el cuerpo de su abuelo enganchado a un respirador artificial y el shock del no reconocimiento resulta evidente. En la mesita de noche, un montón de revistas abiertas donde su nieta aparece. Y mientras este abre los ojos, el dilema interior de la chica: “Sonríe… sonríe…sonríe”, cosa que finalmente puede hacer, aunque sin haber disimulado la situación. Y tras unos momentos, se nos muestra la fotografía real del abuelo y su fecha de nacimiento y defunción. Todo ello puntuado con el momento por el que el grupo pasaba durante el desarrollo de los acontecimientos (la chica se convirtió en miembro oficial del grupo a principio del año pasado (el periodo más corto entre la aceptación de una nueva chica como “estudiante” y su aceptación como miembro) hasta la defunción de este por el verano, uno tratando de entender la separación evidente de la felicidad mostrada en las imágenes de los vídeos musicales y el drama interior. Todo el estudio llorando (uno también). ¿Cómo seguir sin ser impúdicos? Otra chica cuenta otra historia boba y ridícula y toda la solemnidad (pero no el respeto) se pierde ante las reacciones de los presentadores.

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