Parece que he perdido el borrador que tenía para una entrada. Comenzaba citando las dos últimas páginas de “La Náusea” de Jean Paul Sartre, donde el protagonista comienza a imaginar como son las vidas, en otro sitio, en otro tiempo de aquellos que escribieron o tocaron en la canción de jazz que suena en el bar donde está. Después continuaba explicando mi reacción al escuchar durante un viaje en el coche de mi hermano “Nevermind” de Nirvana (disco que escuché bastante en la adolescencia (muy original lo mío ¿no?)), algo que no hacía al menos desde hace una década. La sensación fue: ninguna. O al menos, ninguna que no esperara encontrar. Imaginar a los músicos tocando en el estudio, algo que seguramente es irreal como sucede en mi imaginación, la manera como cada canción parece andar un camino, el ambiente de silencio que las rodea, cálido, espacioso, tierno. Recordar los inicios de las historias que me contaba cada vez que estas canciones “andaban”. Pero también pensar en que este disco se ha quedado en la edad en la que se compuso. No necesariamente es por el estilo, o porque ya no disfruto demasiado del pop de guitarras (hace unos años traté de encontrar algo fuera de ese sonido dentro de los más de cien CDs que había comprado con tanta penuria y sacrificio y encontré un par de discos de Miles Davies, de modo que pensé que suficiente de esa mierda), ni porque esos ritmos de batería, o el modo en que están grabados, con ambiente, buscando la visceralidad del impacto de las baquetas y su resonancia, la sensación casi física del movimiento del batería al ejecutar su parte, o las dinámicas expresivas de las guitarras y sus texturas, tras casi una década de hardcore y metal, buscando una superestilización de estas casi creando un desglose de todas las posibilidades a su disposición como si se trataran de orfebres, sus melodías pop agitándose en los estertores de la estructura tranquilidad-ruido, la manera de construir las letras o un muy particular tipo de angustia y rabia, algo que en cierto modo podría pasar por ser algunas de las características formales de cierto pop-rock de aquella época.
Ni siquiera es aquello de uno aprendiendo a distinguir cincuenta tonos distintos de gris hormigón. Es como encontrar una fotografía vulgar, ni amigos, ni excepcionalidades ni nada de interés, alguien que te suena con pinta de imbécil rodeados de trastos que ni recordabas. Se ha quedado ahí, eterno en su adolescencia, sin nada más que decir.
Claro, entonces me tiene que saltar la duda de si estoy perdiendo mi capacidad de “emocionarme”, o si añoro la intensidad de aquellas emociones adolescentes. Esa es siempre una pregunta trampa ¿no? Ahora escuchas en un ¿mes? más discos que los que escuchabas entonces en un año, tienes también menos tiempo para dedicarles (aunque igual podrías hacerlo de nuevo, eso de estar enganchado a un disco durante tres meses escuchándolo una o varias veces cada día… si quisieras), tienes más background, has escuchados montones de discos que exploran la misma fórmula de modo que buscas la precisión puntillista u otras cosas más que la experiencia total de tus principios. Y en fin, que uno realmente no añora las emociones desatadas de la adolescencia, bastantes quebraderos de cabeza me dieron. Y aunque algunas de las situaciones de la adolescencia todavía te persigan, las situaciones y los momentos, ya están dados de si por el uso, desgastados y desvencijados, no hay donde volver pero tampoco motivos. Escucho “idealizaciones” sobre las emociones o situaciones de la adolescencia en su lugar. ¿Busco algún tipo de simulacro que sustituya a la realidad? ¿Me miento a mi mismo ante la verdad desnuda e idealista de aquellos tiempos? No creo. Simplemente mi adolescencia fue una mierda. No una mierda épica, un drama ni nada por el estilo. Ni tampoco fui demasiado interesante o lo fue la gente a mi alrededor. Ni sucedieron grandes cosas mientras me desvivía esperando a que sucedieran grandes cosas. Algunas tiernas, otras bochornosas, más pasión que pericia y normalmente sobradas de tosquedad aunque llenas de ingenuidad y cariño, nada en particular que sea demasiado diferente de la vida de otra gente. Supongo que es más sencillo que todo eso, te vuelves viejo (en lo físico) y crees seguir más o menos siendo la misma persona (hasta que encuentras alguna foto “vulgar”) aunque cada vez queda menos que gente a tu alrededor que recuerde aquello. El año pasado, uno de mis shocks sucedió viendo una serie de televisión norteamericana al recordar los origines de los protagonistas en la época grunge. Supongo que he tardado casi un año en dar en la clave del asunto, lo profundamente que me afectó aquel “encuentro”. Cuando uno mira videoclips viejos, y ve como era aquella escena independiente, su sistema de conducta, su modo de excitarse con la música y su creación de hype y las estructuras materiales que condicionaban todo aquello (maneras de vestir, cortes de pelo, revistas, fanzines, sellos discográficos, distribuidoras, salas de concierto, un cierto modo de consumo de productos discográficos, cierto momento cultural, político y económico, ciertas conexiones con el pasado y determinadas maneras de construir la expresión propia, etc. etc.), lo que siente uno, al ver aquellas aglomeraciones, es dónde ha ido todo el mundo. Qué ha pasado con toda aquella gente en la que te mirabas para dejar de ser la imagen de niño que tus padres tenían de ti. Aquella gente que era un poco mayor que tú y con la que ahora, te gustaría encontrarte, por saber si tienen alguna información más valiosa que la tuya sobre como vivir la vida. Porque crees que ellos podrían entender de donde vienes y cual ha sido tu trayecto, porque el tiempo pasa y tal vez no mucho, pero tienes algo de miedo. Simplemente porque te gustaría que hubiera alguien al que poder acudir y de este modo no sentirte solo. Aunque sean unos personajes en una serie norteamericana. Curioso mecanismo.
Llegada a esa parte debía incluir un par de capturas del PV (subtitulado) de “Enkyori Poster”, una de las caras B del último single de AKB48. Es una canción de amor adolescente, en este caso a alguien que está en un póster. Una relación a distancia imposible, pero que te llena la vida. No se, como si un disco estubiera grabado a miles de kilómetros, por gente que vive en algo parecido a lo que aparece en vídeos musicales viejos y que te hubiera gustado tu vida se pareciera más. En una los subtítulos ponen “Even though we live in different worlds,” y en la siguiente “we’re running toward our dreams on the same road”. Y entonces pasamos a una segunda parte.
Esto sucedió relativamente hace poco. Escuchando la reedición en Finders Keepers de “Horror Child”, una banda sonora de Jean Pierre Massera, cuando de repente, una pista vocal que ya he escuchado y conozco de memoria aparece. Acabo de descubrir que una de las voces con la que comienza “Restless Waters” de Tortoise es un sample. Es significativo por como uno construye las cosas. Ya había escuchado a Tortoise, pero el único modo de escuchar buena parte de los discos de los que hablaba RDL era no gracias a Radio 3, sino a un programa de la radio “joven” de Canal Sur por aquella época (después le cambiaron el nombre a la radio, la que mencionan en wikipedia no me suena de nada) que se emitía durante un par de horas los fines de semanas (aunque también había otro, una vez por semana que también tocaba el asunto). Supongo que quedé muy impresionado al escuchar de una tacada a gente como Flying Saucer Attack y demás, gente sobre la que leías pero creías que no escucharías nunca. Se hace difícil de pensar lo desértico que era aquello. Esa canción de Tortoise estaba incluida en un recopilatorio a beneficio de un local de conciertos de Chicago, y gracias a ese recopilatorio, también escuché por primera (y creo que única vez en la radio) a Shellac. La canción en sí, como todas las de Tortoise se mueve alrededor de la percusión, con los sintetizadores y teclados creando espacios melodías que parecen elevarse del suelo hasta querer llegar al cosmos (dichosas visiones espaciales). Hay un obvio uso de la estética de DJ y los samples para crear esa sensación onírica y cálida. Es que siempre supuse que eran sólo las cuerdas. Del mismo modo que uno descubriría, muchos años después, que aquella sesión de música tan embriagante que uno vivió como un deslumbramiento, como algo que te cambiaba la vida, era un tipo que se había comprado el recopilatorio “Monsters, Robots and Bugmen – a User’s Guide to the Rock Hinterland” de la serie Ambient de Virgin (con su intrahistoria detrás, con su mito, con su forma de mirar el mundo que se quedó en la cabeza de alguna gente) como hubiera podido hacer cualquiera en cualquier gran superficie de una ciudad como Sevilla, las ideas y los caminos que corrían paralelos en su adolescencia vuelven a mostrarse ilusorios. Hora de volver a sustituir las asociaciones de significados vigentes. El sample en cuestión no es del disco de Massera, que igualmente lo había sampleado, es de un disco de Ocora "Burundi Musiques Traditionnelles" (enlacemos esto que es más gracioso). Los discos de Ocora, como sello, indican una cierta cultura crate digger, es decir una serie de prácticas y conocimiento establecido en relación a los discos de vinilo publicados o importados que podían encontrarse en tiendas especializadas o no, algunos sellos funcionando como indicadores de mundos sonoros posibles, y habla de un modo muy concreto sobre una observación de la música precedente desde un punto de vista más próximo al hip-hop que al de la cultura rock. Que eso no necesariamente entre en contradicción con aquello que supongo veía en esta música entonces y que lo suficientemente desgranado suena horrible (la revolución tecnológica que estaba por llegar para cambiar el mundo gracias al ordenador, la desmaterialización del trabajo del músico mediante el uso de las grabaciones, el conocimiento de la historia de la música popular y la clase alcanzada con el susodicho, en plena era Clinton, en el momento de la Pax Americana, el consenso de Washington, el fin de la historia y el auge del neoliberalismo, la desaparición de las barreras (físicas) aduaneras mediante la reducción de los costes de transporte gracias a la invención del container y el desarrollo de barcos adaptados para su transporte y la creación de las infraestructuras portuarias adecuadas para tales fines, como por ejemplo, el de Seattle, el mercado libre y la globalización, la burbuja de las punto com, la desaparición del trabajo físico industrial o artesanal por las relocalizaciones de las grandes empresas en otros países en zonas de libre comercio (FTZ o EPZ), la especulación financiera de las bolsas de valores en base a ficciones, el posfordismo, etc.), pero que tampoco era muy atinada por mi parte. Y bueno, como he perdido el texto para entrada, ya no hace falta escribir esa tontería.
2010/04/07 | Publicado por anhh en 5:19 p. m.
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