Llevo queriendo hacer esta entrada desde hace tiempo, pero el principal problema es que no encuentro ningún buen argumento para convencerles de que deberían ver una película que en la mayoría de su metraje consiste en una serie de planos fijos de tumbas filmados con parte de su entorno verde que duran el tiempo justo para leer las inscripciones que los hombres hicieron en ellas. Podría apelar a que si aún siguen por aquí, tal vez se fíen de mi gusto, mi sensibilidad o lo que sea, pero eso es chantaje no un argumento. A decir verdad me bastó con leer este texto de Santos Zunzunegui:
El viento nos llevará
En el mes de mayo de 1977, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet plantaron su cámara frente al Muro de los Federados en el ángulo sureste del cementerio parisino de Père Lachaise. Lo hicieron para rodar su singular adaptación del poema de Stéphane Mallarmé “Un coup de dès jamais n’abolira le Hasard”, significativamente titulada “Toute révolution est un coup de dès”. La elección del lugar de filmación no era inocente. De esta manera los Straub hacían resonar los versos del poeta sobre los lugares en los que fueron fusilados y enterrados en una fosa común los últimos resistentes de la Comuna de 1871. Daban cuerpo, así, a la idea de que “la historia es algo que se filma en presente” y ponían de manifiesto su convicción de que tanto la imagen como la realidad poseen una estructura formada por una serie de niveles de sentido que se organizan a modo de estratos geológicos.
Apenas ocho años después alcanzaba las pantallas la monumental “Shoah”, mediante la que Claude Lanzmann daba forma a un acontecimiento carente de imagen, haciendo que las palabras de los testigos supervivientes del Holocausto resonaran sobre los paisajes actuales, “haciéndolos revivir”, dando cuerpo a esa “palabra filmada”, a ese “registro de palabras” que alcanzaba un estatuto de paridad con la imagen para permitir encarnarse en lo que Derrida denominó el “ello-mismo-ahí”.
Ésta es, precisamente, la tradición en la que hay que inscribir el memorable trabajo de John Gianvito “Profit motive and the whispering wind” (2007), película que a su modo pone en imágenes el texto del historiador Howard Zinn, “La otra historia de los Estados Unidos” (Hiru, 1997). Lo que este film nos propone no es sino un viaje que nos lleva a una serie de lugares de Norteamérica en los que se desarrollaron una serie de acontecimientos que la historia oficial ha querido arrinconar cuando no olvidar. Por eso se nos propone visitar cementerios en los que se amontonan lápidas corroídas y desgastadas por el tiempo, lugares abandonados en los que a duras penas podemos reencontrar las huellas de los avatares que los habitaron en un momento del pasado, modestas marcas que tratan de preservar una memoria frágil que se levanta contra la indiferencia de aquellos que no quieren saber nada de que, como expresó con su lucidez habitual Walter Benjamín, “jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie”.
Estamos ante un cine radical. En todos los sentidos del término, porque a su decidida voluntad de hacer patente que “nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse perdido para la historia” (Benjamín) le acompaña su decidida negativa a inscribir el trabajo cinematográfico en el marco de lo que Peter Watkins denomina la “monoforma”. Como sucede en buena parte del cine más interesante de nuestros días, Gianvito desplaza el documento en dirección al monumento, en la medida en que lo que su película pone en juego es, justamente, dar imagen a esos “apilamientos silenciosos”, a esos “espesores estratigráficos” (Deleuze) que constituyen la materia misma de la historia. Un film materialista, por tanto que huye como de la peste de esas imágenes idealistas (baste recordar su denuncia a cualquier comentario verbal que fije las imágenes) llamadas a construir, a través de una identificación primaria, un sentido tranquilizador. A su manera este film discreto (en el que oímos el crepitar del viento en los árboles, el ruido al borde del silencio de una naturaleza a punto de ser sepultada por una civilización invasora) parece ilustrar la frase de Charles Peguy que los Straub colocaron al inicio de la edición del guión de su “Chronik der Anna Magdalena Bach”: “hacer la revolución es volver a colocar en su lugar cosas muy antiguas pero olvidadas”.
O también pueden consultar esta entrevista con el director, donde este no deja de explicar la unión entre la rigurosidad del planteamiento anteriormente descrito y cierto carácter “místico” que deja habitar dentro de las imágenes. Si ahora mismo esto puede parecer uno de esos horrores que se creen poéticos, es algo que se combate durante toda la duración del film que deja a uno, con sus emociones, interpretaciones y reflexiones otorgar sentido al caudal de información.
1+2
0 comentarios:
Publicar un comentario