No es que me considere un seguidor (no creo serlo de nada), pero me ha avergonzado un tanto la nula repercusión que ha tenido la muerte de John Martyn en la parte de la blogosfera en español que visito o leo. Supongo que será una cuestión de canon. Para gente como Ian Penman (que en su archiconocido artículo sobre Tricky lo mencionaba al lado de Tim Buckley con toda la intencionalidad del mundo) o Simon Reynolds (que escribió su ensayo sobre el disco que se llevaría a una isla desierta sobre “Solid Air”), es una figura indiscutible, una cima de la canción como estructura abierta a la experimentación a la vez que la humanidad. En su artículo para FACT sobre Arthur Russell, Peter Shapiro citaba como referente a Nick Drake o al propio Martyn, y supongo que ya sabrán que en lo primero no estoy de acuerdo, pero si encuentro semejanzas en el segundo caso. Martyn comenzó a experimentar con el echoplex, en lo básico un delay de cinta (creo que el mismo que utilizaba por la época Terry Riley para sus conciertos improvisados que duraban toda la noche), y crear esa reconocible sensación “oceánica”, la guitarra desplegada e incorpórea, el sonido envolvente y la atmósfera creada disolviendo los mimbres y las estructuras en las que estaba encastrada la canción, siempre el flujo y el flujo, de emociones, sonidos, palabras, flotando sobre ese fondo (hasta que algo hace clic en tu cabeza y el mundo aparece con vértigo alrededor tuyo). Como Russell. Lo máximo que puedo hacer para convencerles de que exploren sus discos (debería aplicarme el cuento ya que yo sólo he escuchado un par de ellos (y el consejo es ignorar todo lo publicado desde mediados de los ochenta)) es colgar el siguiente documental (que se podría ver manifiestamente mejor sin algunos glitches producidos durante la grabación), donde se muestra su personalidad en toda su crudeza.

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