En un documental de country, tenían una forma muy hermosa de definir como fue el cambio de actitud en la composición cuando llegaron los ochenta. Hacían una comparación entre dos mujeres del género y mientras en la más antigua y tradicional podías escuchar de donde venía, en la moderna, escuchabas el eco de otras canciones. Esto también se podría llamar postmodernidad, pero al menos como he usado hasta ahora el término es más un callejón sin salida que una ayuda. Fredric Jameson lo definía como
“an attemp to think the present historically in the first place. In that case, it either “expresses” some deeper irrepressible historical impulse (in however distorted a fashion) or effectively “represses” and diverts it, depending on the side of the ambiguity you happen to favor. Postmodernism, postmodern consciousness, may then amount to not much more than theorizing its own condition of possibility, which consists primarily in the sheer enumeration of changes and modifications. Modernism also thought compulsively about the New and tried to watch its coming into being (inventing for that purpose the registering and inscription devices akin to historial time-lapse photography), but the postmodern looks for breaks, for events rather than new worlds, for the telltale instant after which it is no longer the same; for the “When-it-all-changed”, as (William) Gibson puts it, or, better still, for shifts and irrevocable changes in the representation of things and of the way they change. The moderns were interested in what was likely to come of such changes and their general tendency: they thought about the thing itself, substantively, in Utopian or essential fashion. Postmodernism is more formal in that sense, and more “distracted”, as (Walter) Benjamin might put it; it only clocks the variations themselves, and knows only too well that the contents are just more images”
O por volver al tema que nos ocupa, más canciones, más grabaciones, más discos, más lanzamientos. El problema de la teoría de lo postmoderno, al menos como Jameson la enuncia es que resulta demasiado seductiva para la imaginación y demasiado volátil en su aplicación de unas reflexiones producidas en un momento histórico concreto. Quiero decir, el libro (muchos de los capítulos son ensayos con seis años de antigüedad para la fecha) se publicó en 1990, es decir hace casi veinte años. Es decir, es una reacción a unos valores del capitalismo más “acelerados” que los que se habían conocido hasta entonces, y seguramente ahora esa aceleración es más fuerte todavía, más compleja y seguramente se mueva en otra dirección (no tiene en cuenta el desarrollo que tuvo en los noventa la economía post-fordista, etc.). Si esto puede parecer complejo, a mi este videoclip de Whitney Houston me resolvió todas las dudas sobre lo que hablaba Jameson, y ustedes mismos podrán notar las diferencias con, por ejemplo, uno de Animal Collective o El Guincho.
Lo curioso es que al airear esta posición, esta excitación que no me excita aunque reconozca el buen gusto con el que está construida, me acerca a las posiciones que en su momento defendieron Simon Reynolds, Woebot o K-Punk contra el dubstep. Y es algo que resulta irónico que se produzca por un tema de Blackout Crew, sobre los que Reynolds gastó palabras y palabras el año pasado. Y resulta irónico porque no se lo que dijo Reynolds, ya que cada vez que se habla del “hardcore continuum”, el mismo, en otros blogs o en foros, cambio automáticamente mi atención hacia otra dirección. Cada vez que aparece en una conversación, tal como está planteado en la actualidad, es una cuestión de alinearse con alguna de las facciones enfrentadas: aquellos que quieren matar al padre (la carta de Joe Muggs es la versión 2009 de la polvareda que levantó K-punk con sus columna dividiendo el bassline como bueno y el dubstep como malo o agotado hace ya algún tiempo), aquellos que son más papistas que el papa y llevan la teoría hasta la extenuación, aquellos que creen que es una chorrada y que no existe tal cosa, aunque todos de acuerdo en la importancia esencial que la teoría tiene en un sentido u otro como la oleada de excitación “rockista” que está generando la charla/debate (anunciada a bombo y platillo) que Reynolds dará dentro de unos días en Londres. Algunos la esperan como una reunión “histórica”, otros irán para tratar de aclarar sus dudas sobre las virtudes de este discurso.
Y habiendo vivido ya unos cuantos años con la teoría (ya saben la energía de una escena colectiva, más o menos anónima, centrada en la pista de baile y las nuevas relaciones sociales que surgían con el MDMA, que evoluciona y cambia, se transforma, salta de un lado a otro, si quieren rizomáticamente, es decir de manera no lineal –la gente no se levanta un día y se pasa de la música rave al drum & bass-, con gente, clubes, fiestas que cambian de lugar según las circunstancias y son como esporas o semillas llegando a nuevos territorios, nuevas combinaciones sociales donde germinan con nuevas características sonoras, nuevas texturas y sonidos, con vínculos y personas que vertebran y conectan históricamente las distintas escenas que ponen de nuevo en circulación costumbres (los MCs a partir de los soundsystems o la influencia del hip-hop), modos de hacer (las llamadas al público, los flyers, las emisoras piratas,…), estructuras de distribución, etc.), prefiero quedarme con el espíritu más que con la letra. Pienso que lo que hizo (o trató de hacer) Reynolds en su momento fue tratar de explicar teóricamente lo que estaba experimentando vitalmente, tanteando, aplicando conceptos filosóficos hasta entonces impensables como herramientas de uso para la crítica musical popular, tendiendo puentes entre acontecimientos y tratando de documentar aquello que sucedía. Y después ver como aquello aguantaba el paso del tiempo y los cambios y nuevos movimientos sociales para ver si se colapsaba o no. Seguramente el problema viene después con el propio Reynolds, siempre necesitado de tratar de establecer una evolución coherente de su interés crítico, hacer el gran arco temático, conectar sus ideas y opiniones de cuando tenía veintipocos con los de ahora cerca de los cincuenta. Así que supongo puedo vivir sin esta polémica, ya que creo que la teoría fue brillante en su momento como forma, valiente en verdad, de enfrentarse al presente sin la comodidad del peso de la tradición rock y el problema viene de las mismas limitaciones de aquel momento, algo que el coleccionismo compulsivo, el análisis de los documentos hallados no disponibles en su momento, dibujan aquel panorama de mofo diferente, menos dependiente de la casualidad de encontrar la emisora adecuada o del conocimiento de las tiendas en cuyas cubetas las referencias adecuadas descansaban (aunque ese conocimiento más que cambiar, amplia el marco de referencia) o de la importancia del lugar geográfico en donde habitaba entonces el periodista. A mi me interesa como esta teoría, en mi caso en un artículo en Dance de Lux, me desbordó, me quemó, cambió mi forma de mirar el mundo y pensar la música. Y al parecer, también es lo que interesa a mucha otra gente de cuyo criterio me fío. Tan cierto como que estoy escribiendo esto mientras escucho en Rinse FM la sesión de Dusk & Blackdown, que por primera vez en meses, me suena fantástica.
Por volver al punto de partida, quizás mi excitación se debe a que me defino (por razones personales que ya deberían saber los que llevan leyendo esto algún tiempo (o como fui un indie)) como oyente pop, quizá de gustos variados, pero con una “sensibilidad” (o esquemas mentales, o creencias, o valores o…) no orientada en exclusiva hacia unos géneros determinados o que reacciona ante estos desde dicha perspectiva en lugar de la interna de los susodichos (underground, la de los creyentes/expertos/aficionados, independiente…), o digamos que soy populachero, me gustan las cosas tontas y revolcarme entre excrementos. Exploración directa del terreno pues.
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