Hablando de animales, escuchando el próximo single de Blackout Crew, y no había oído “Put A Donkey On It” entera hasta ayer, hay algo que me llama la atención. Creo que no encontraré las palabras correctas, no creo que sean energía, estupidez, brutalidad, la reacción visceral y física, el sudar la camiseta porque es lo único que se puede hacer. Lo intentaremos con “desfachatez”. Aprecio esa desfachatez, ese soltarse el pelo. Supongo como reacción a una sensación que encuentro escuchando los mixes recientes de Joker o Gemmy, o con la “ruptura” que puede provocar un EP como el de Mount Kimbie, o en determinadas propuestas arrebatadoras en el funky house o el wonky. Con el mix de Joker se ha querido evocar en las reseñas el G-funk. En algún sitio, en los comentarios alguien mencionaba que encontraba esta música aburrida y que no veía la influencia (¿energía?) que transmitían aquellas otras grabaciones. Y quizá pueda ser eso o no. Lo que no quiero establecer es una confrontación entre dos supuestas “tendencias” sonoras, una visceral, física, masculina en el sentido más ceporro y la otra cerebral, reflexiva, más flexible en su sexualidad. No me imagino a un montón de tipos sudando como cerdos y pegando saltos frenéticos mientras los otros se niegan a perder la pose cool. De hecho mucha gente pierde la cabeza y se hartará de bailar con el dubstep/wonky/funky, así que sería una bobada sugerir lo contrario. Lo que si digo es que siendo un oyente regular de dichos estilos no me siento arrebatado por ellos y no se como serán las reacciones de otros oyentes, las mías no son como las que aparecen en blogs y foros. Puede ser que esa gente esté más centrada en la escena y que escuche esta música más horas al día pero tampoco me parece demasiado excitante esa propuesta, tener que confiar ciegamente, continuamente en algo hasta que uno no pueda pensar en otra cosa.

En un documental de country, tenían una forma muy hermosa de definir como fue el cambio de actitud en la composición cuando llegaron los ochenta. Hacían una comparación entre dos mujeres del género y mientras en la más antigua y tradicional podías escuchar de donde venía, en la moderna, escuchabas el eco de otras canciones. Esto también se podría llamar postmodernidad, pero al menos como he usado hasta ahora el término es más un callejón sin salida que una ayuda. Fredric Jameson lo definía como

“an attemp to think the present historically in the first place. In that case, it either “expresses” some deeper irrepressible historical impulse (in however distorted a fashion) or effectively “represses” and diverts it, depending on the side of the ambiguity you happen to favor. Postmodernism, postmodern consciousness, may then amount to not much more than theorizing its own condition of possibility, which consists primarily in the sheer enumeration of changes and modifications. Modernism also thought compulsively about the New and tried to watch its coming into being (inventing for that purpose the registering and inscription devices akin to historial time-lapse photography), but the postmodern looks for breaks, for events rather than new worlds, for the telltale instant after which it is no longer the same; for the “When-it-all-changed”, as (William) Gibson puts it, or, better still, for shifts and irrevocable changes in the representation of things and of the way they change. The moderns were interested in what was likely to come of such changes and their general tendency: they thought about the thing itself, substantively, in Utopian or essential fashion. Postmodernism is more formal in that sense, and more “distracted”, as (Walter) Benjamin might put it; it only clocks the variations themselves, and knows only too well that the contents are just more images”

O por volver al tema que nos ocupa, más canciones, más grabaciones, más discos, más lanzamientos. El problema de la teoría de lo postmoderno, al menos como Jameson la enuncia es que resulta demasiado seductiva para la imaginación y demasiado volátil en su aplicación de unas reflexiones producidas en un momento histórico concreto. Quiero decir, el libro (muchos de los capítulos son ensayos con seis años de antigüedad para la fecha) se publicó en 1990, es decir hace casi veinte años. Es decir, es una reacción a unos valores del capitalismo más “acelerados” que los que se habían conocido hasta entonces, y seguramente ahora esa aceleración es más fuerte todavía, más compleja y seguramente se mueva en otra dirección (no tiene en cuenta el desarrollo que tuvo en los noventa la economía post-fordista, etc.). Si esto puede parecer complejo, a mi este videoclip de Whitney Houston me resolvió todas las dudas sobre lo que hablaba Jameson, y ustedes mismos podrán notar las diferencias con, por ejemplo, uno de Animal Collective o El Guincho.



Además de todo lo anterior hay otros problemas de fondo. El enfoque de Jameson tiene resonancias de Theodor Adorno, y entonces la esencia de lo que es ser moderno (toda la neurosis, la tortura del alma, el miedo, la soledad que pueden encontrar en la novela o en la pintura de principios del siglo pasado) es la condición necesaria para que el modernismo como tal siga funcionando. El problema es que seguramente no resulta tan “tentador” y es algo de lo que estamos desconectados de la forma en la que vivimos ahora (lo cual según Jameson es un síntoma de que ya no sabemos pensar históricamente y sólo sabemos vivir de acuerdo con el presente, sin una apreciación real del pasado y sus circunstancias), o es algo que no resulta práctico para cambiar el mundo ahora mismo (sería más conveniente pensar en una forma de ser críticos o reflexivos con el consumismo desde nuestras circunstancias). Así que trataremos de esquivar la dicotomía modernismo/postmodernismo para definir cual es la tensión que encuentro en la escucha, de nuevo para no asignar categorías o conceptos demasiado marcados a cualquiera de las supuestas “partes”. No creo que unos estén en un estadio moderno y otros en uno postmoderno, sobre todo porque mi visión de uno de los estilos se reduce a un tema. Pero si es cierto, que ese no despeinarse, ese aburrimiento que decía el comentario de una entrada, esa incapacidad de dar rienda suelta, mojarse, hacer el ridículo (que se hace, pero de una manera muy determinada y establecida, que es precisamente lo que me aburre) viene de una reflexión excesiva sobre las condiciones de producción, de las reglas del juego, de saber como se desarrollará la historia, de poder esperar que uno sabrá de antemano en que parámetros se moverá el siguiente tema que suene en una sesión.

Lo curioso es que al airear esta posición, esta excitación que no me excita aunque reconozca el buen gusto con el que está construida, me acerca a las posiciones que en su momento defendieron Simon Reynolds, Woebot o K-Punk contra el dubstep. Y es algo que resulta irónico que se produzca por un tema de Blackout Crew, sobre los que Reynolds gastó palabras y palabras el año pasado. Y resulta irónico porque no se lo que dijo Reynolds, ya que cada vez que se habla del “hardcore continuum”, el mismo, en otros blogs o en foros, cambio automáticamente mi atención hacia otra dirección. Cada vez que aparece en una conversación, tal como está planteado en la actualidad, es una cuestión de alinearse con alguna de las facciones enfrentadas: aquellos que quieren matar al padre (la carta de Joe Muggs es la versión 2009 de la polvareda que levantó K-punk con sus columna dividiendo el bassline como bueno y el dubstep como malo o agotado hace ya algún tiempo), aquellos que son más papistas que el papa y llevan la teoría hasta la extenuación, aquellos que creen que es una chorrada y que no existe tal cosa, aunque todos de acuerdo en la importancia esencial que la teoría tiene en un sentido u otro como la oleada de excitación “rockista” que está generando la charla/debate (anunciada a bombo y platillo) que Reynolds dará dentro de unos días en Londres. Algunos la esperan como una reunión “histórica”, otros irán para tratar de aclarar sus dudas sobre las virtudes de este discurso.

Y habiendo vivido ya unos cuantos años con la teoría (ya saben la energía de una escena colectiva, más o menos anónima, centrada en la pista de baile y las nuevas relaciones sociales que surgían con el MDMA, que evoluciona y cambia, se transforma, salta de un lado a otro, si quieren rizomáticamente, es decir de manera no lineal –la gente no se levanta un día y se pasa de la música rave al drum & bass-, con gente, clubes, fiestas que cambian de lugar según las circunstancias y son como esporas o semillas llegando a nuevos territorios, nuevas combinaciones sociales donde germinan con nuevas características sonoras, nuevas texturas y sonidos, con vínculos y personas que vertebran y conectan históricamente las distintas escenas que ponen de nuevo en circulación costumbres (los MCs a partir de los soundsystems o la influencia del hip-hop), modos de hacer (las llamadas al público, los flyers, las emisoras piratas,…), estructuras de distribución, etc.), prefiero quedarme con el espíritu más que con la letra. Pienso que lo que hizo (o trató de hacer) Reynolds en su momento fue tratar de explicar teóricamente lo que estaba experimentando vitalmente, tanteando, aplicando conceptos filosóficos hasta entonces impensables como herramientas de uso para la crítica musical popular, tendiendo puentes entre acontecimientos y tratando de documentar aquello que sucedía. Y después ver como aquello aguantaba el paso del tiempo y los cambios y nuevos movimientos sociales para ver si se colapsaba o no. Seguramente el problema viene después con el propio Reynolds, siempre necesitado de tratar de establecer una evolución coherente de su interés crítico, hacer el gran arco temático, conectar sus ideas y opiniones de cuando tenía veintipocos con los de ahora cerca de los cincuenta. Así que supongo puedo vivir sin esta polémica, ya que creo que la teoría fue brillante en su momento como forma, valiente en verdad, de enfrentarse al presente sin la comodidad del peso de la tradición rock y el problema viene de las mismas limitaciones de aquel momento, algo que el coleccionismo compulsivo, el análisis de los documentos hallados no disponibles en su momento, dibujan aquel panorama de mofo diferente, menos dependiente de la casualidad de encontrar la emisora adecuada o del conocimiento de las tiendas en cuyas cubetas las referencias adecuadas descansaban (aunque ese conocimiento más que cambiar, amplia el marco de referencia) o de la importancia del lugar geográfico en donde habitaba entonces el periodista. A mi me interesa como esta teoría, en mi caso en un artículo en Dance de Lux, me desbordó, me quemó, cambió mi forma de mirar el mundo y pensar la música. Y al parecer, también es lo que interesa a mucha otra gente de cuyo criterio me fío. Tan cierto como que estoy escribiendo esto mientras escucho en Rinse FM la sesión de Dusk & Blackdown, que por primera vez en meses, me suena fantástica.

Por volver al punto de partida, quizás mi excitación se debe a que me defino (por razones personales que ya deberían saber los que llevan leyendo esto algún tiempo (o como fui un indie)) como oyente pop, quizá de gustos variados, pero con una “sensibilidad” (o esquemas mentales, o creencias, o valores o…) no orientada en exclusiva hacia unos géneros determinados o que reacciona ante estos desde dicha perspectiva en lugar de la interna de los susodichos (underground, la de los creyentes/expertos/aficionados, independiente…), o digamos que soy populachero, me gustan las cosas tontas y revolcarme entre excrementos. Exploración directa del terreno pues.

0 comentarios:

Archivo del blog