Quizá me equivoco, pero creo que estos artículos son
terribles. Acabo de leer el de David Toop y todo parece condensarse en “hay
cosas que se parecen a cosas” pero no parezco ser capaz de encontrar ninguna
razón que justifique que su lectura sobre esas figuras no sea poco más que algo
caprichoso. En el texto del editor en “Spin”, este menciona como un artículo
publicado en enero en Vanity Fair era una copia descarada. Lo cual me parece
irónico: artículos como ese se han publicado desde hace, no se, ¿décadas?
¿siglos? Pero ahora, en un curioso ejercicio retroactivo, todos esos hilos se
aglutinan en el famoso libro, y todo aquel que no lo mencione está siendo
deshonesto. Lo que es peor, el artículo de Vanity Fair me pareció más concreto
y apuntando a más cosas (aunque la perspectiva fuera completamente localista y
fallida) que lo que parezco encontrar aquí. He comprado esos discos, he leído
alguno de esos libros y lo hice en “su momento”. Después he reconstruido parte
del background con el paso de los años. “Ocean of Sound” comienza con Debussy
descubriendo los sonidos de las orquestas de gamelan. ¿Un anticipo de la red? Por supuesto, en una
Exposición Universal, lo que implica reducciones de distancias, comercio,
Imperialismo y demás. Pero ¿no es un tanto vago? ¿Para qué construir una
pseudo-etnomusicología? Y demás: si recuerdo bien las patrañas rockeras, los
Rolling Stones surgieron de un encuentro casual en un tren, donde uno de ellos
reconoció las extrañas importaciones musicales de otro viajero, sus mismos
gustos (jump-blues y demás). Otro anticipo de ahora que todo se puede encontrar
en Megaup… (oops). Un mundo hauntológico en ciernes (aunque K-Punk usó en su
momento a Robert Johnson como ejemplo de esto, mientras que quien nos concierne
se deleitaba haciendo listas con nombres de grupos relacionados de algún modo
con lo fantasmal…) “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. ¿Marx no es lo
suficientemente antiguo? No tendría tantos problemas si, precisamente, dejara los
flujos correr, los ensamblajes conectar y demás en lugar de tanto acotar y
fijar…
Y todavía está mi argumento esnobista favorito: la
erradicación de la distancia entre la lectura sobre un disco y su escucha. A lo
mejor debo ser yo, chico de provincias y de familia humilde, pero tardar seis o
siete años en escuchar un disco (puede que un clásico, normalmente el churro de
moda), no ha generado mucha energía “libidinal” en mis escuchas. Más bien me
quita todas las ganas, me deprime, me recuerda que formo parte (casi) de aquellos que no tienen parte. Y en fin, tiren por el extremo que prefieran, discos de
improvisación en tiradas de 150 copias, o discos de ídolos locales que sólo se
venden en conciertos y que con mucha suerte puedas comprar a través de un
servicio pujando en una subasta ocasional.
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