Coincidencia. Ver “Mutant Girls Squad” al poco de haber hecho lo mismo con “Reign of Assassins” hace que un tema común parezca surgir de ella: la ola de violencia que desatan sus respectivos villanos surge como compensación de su escasa o nula potencia sexual. Ambas películas cuentan con una escena donde esta conexión se muestra de acuerdo con sus respectivas propuestas estéticas: en la de John Woo, la repentina entrega sexual de unas de las componentes de la secta secreta a su jefe, literalmente arrojándose sobre él, para descubrir al palpar que no hay nada debajo, lo que obliga a este a confesar que su búsqueda de las reliquias que elevarán a un nivel casi sagrado su conocimiento de las artes marciales, es un mero vehículo para poder regenerar sus genitales mediante el uso de la energía anterior. La chica, condenada a muerte por haber matado a su marido por las mismas razones, lo rechaza y se ríe de él, lo que acarreará su posterior muerte (enterrada viva). Si leyendo esta descripción piensan que la película es una mierda, sonrojante, cara y vacía, se acercan bastante a lo que pienso sobre ella.

En el segundo caso, tres prisioneros atados y descansando sobre sus rodillas, se encuentran ante la figura del cerebro en la sombra que organiza el equipo de chicas mutantes. Su aspecto es una mezcla entre una geisha y un samurai. Al despojarse de su camisa, muestra como de su abdomen, surge, cuelga, una masa de carne rojiza, de aspecto triangular. Ante la creciente tensión de los prisioneros, el hombre muestra como esta carne se llena de vida, crece, se pone en erección. Para instantes después, caer flácida y penosa. Lo que genera las risas de los prisioneros. El villano entonces decide sustituir una referencia fálica por otra, sus dos espadas y convertir a los prisioneros en amasijos de carne sangrante (el primer tajo hace que la piel que forma el rostro del prisionero que se ríe acabe en la cara de otro para así mostrar el terror que este tenía ante su inminente muerte). Si leyendo esta descripción piensan que la película es una tontería, una mierda ruidosa y algo divertida, pues también se acercan bastante a lo que yo pienso de ella.

En cualquier caso, lo que más nos llamó la atención de “Mutant Girls Squad” es una escena que sucede en el clímax final. Siendo como es una película que hasta entonces ha mostrado referencias tanto a la publicidad como a los programas televisivos dedicados a la comida japonesa, pasando por todo tipo de referencias e imaginería sacada de la pornografía (fisting (Morita Suzuka y sus tentáculos), inserciones anales (una chica que tiene la capacidad de sacar de su trasero una mezcla de carne y motosierra), el squirting (la chica anterior cuando tras perder sus brazos en un combate es arrojada contra la chica cuyos senos esconden sendas espadas, cortándola por la mitad antes de morir ensartada), también hay una serie de escenas que podrían leerse como “crush fetish” (no hace falta que lo busquen si no quieren quedarse horrorizados, seguramente encontrarán videos de chicas aplastando literalmente con sus pies a conejos y otras mascotas) o hacia el final los videos de lactancia (no estoy seguro si ese es el término correcto, tampoco pienso buscarlo ahora mismo) o los mechas (mekas) (las series de anime o manga cuyos protagonistas son gigantescos robots de lucha) como una de las chicas que surge hacia el final como rival a derrotar, sorprende el repentino ataque de pudor que se produce cuando la protagonista (Yumi Sugimoto) se enfrenta con sus compañeras al villano reconvertido en un monstruo mutante cuyos brazos acaban en gigantescas cuchillas. Una de las cuchillas la atraviesa por la espalda. El chorro de sangre grandilocuente atraviesa el plano, contrastando con el color blanco de su traje. Pero nunca llegamos a ver como la cuchilla penetra su cuerpo. El momento resulta todavía más paradójico porque la duración de ese evento, en una película que resulta frenética, para ir a una velocidad menor. Si pensáramos que la teoría de la final girl de Carol J. Clover es trasladable (cosa que habiendo leído el artículo original y no su transformación en libro parece adscrito a un determinado momento geográfico/cultural/temporal en el género slasher norteamericano de finales de los 70 y principios de los 80), donde el cuerpo de la protagonista se convierte en una metáfora a través de la cual los espectadores pueden dar rienda suelta a sus reacciones fisiológicas propiciadas por el uso de la cinematografía y el sonido como intensificadores de la trama a la vez que esta identificación con una mujer sufriendo el ataque de figuras masculinas o mediante armas que reflejan sus atributos provoca un cambio en el modo de apreciación de lo femenino en los espectadores (casi a lo Walter Benjamin, cambiando las formas culturales a través de lo visceral, la reiteración instintiva, la costumbre fisiológica adquirida como justificante de la estabilidad de las formas culturales en la que uno transita en vida), la escena donde se acuchilla al espectador a través de la figura de la idol japonesa cuyos sentimientos creemos llegar a conocer a través de su presentación estandarizada y ritualizada de gestos, sonrisas y otros lugares comunes en forma de empatía, cobra cierto sentido como ejercicio reflexivo dentro de todo el descerebramiento formal que supone la película. Que después Sugimoto, enfrentada con el apéndice mutante (finalmente erecto) del villano reciba uno de los faciales (en forma de expulsión de sangre) menos sutiles que se recuerdan, o que esta al liberarse no parezca haber sufrido nada del castigo físico inmisericorde que el resto de víctimas de la película padecen, tampoco parecen diluir ese momento.

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