¿Sería aventurado llamar esto una sarta de mentiras? Quiero decir, realmente no son mentiras, son flagrantes distorsiones de la realidad pero los acontecimientos han sucedido. Por poner un ejemplo, la superestrella occidental que triunfa en Japón, vendió con su primer single “oficial” la increíble cantidad de 1,373 copias (en las dos semanas que permaneció en la lista de Oricon) alcanzando en su recorrido asombrosas posiciones semanales (84, 166) y supongo las más dignas menciones, las que usan aquí, las del primer día seguramente, de las listas de ventas por día. Lo cual no quiere decir que la muchacha no sea popular dentro de una determinada subcultura en Japón, gozando de portadas en revistas o haciendo sesiones fotográficas junto a Michishige Sayumi de Morning Musume. Pero ser popular dentro de una subcultura no significa ser popular dentro de la cultura de un país, aunque obviamente hay conexiones y una cosa lleva a una mayor exposición en el “mainstream”. Pero no se trata de eso aquí, es una “superestrella”. O la confrontación de inicio entre esa Inglaterra, bucólica y rural, donde el padre se afana en su hobby (masculinas herramientas) mientras la madre friega los cacharros con sus guantes amarillos, mientras su hija, en la habitación de arriba se expone a los riesgos de Internet, y sorpresa, de la nada (como si bailar coreografías de canciones idol no fuera otra rama de la subcultura) se convierte en un éxito en Japón (obviamente los realizadores del documental cotejaron las direcciones y localizaciones espacio-geográficas de todos aquellos que accedieron a dichos videos, es decir, que no fue una sensación también entre los aficionados a estas cosas en “Occidente”). Corte, la gran urbe, música “oriental”, taxis zumbando, grandes pantallas en cruces en Shibuya, televisiones, sesiones de fotos, la estresante vida moderna en la urbe con todas sus deformaciones y perversiones. Porque claro, en parte todo gira en torno a eso, esta es una cultura de pervertidos, siempre oficinistas cuarentones, el padre es agente de policía (uno que habla y a veces mira a la cámara mientras conduce si nos ponemos quejicas), pero que le vamos a hacer si nos meten los billetes dentro de los bolsillos, aunque no dejaremos que nada malo suceda a nuestra hija (los tabloides respiran aliviados). Lo que supongo debe ser la superioridad moral de nuestra cultura o algo así. Que puedo saber yo, si ahora resulta que la complejidad es neoliberal...

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