Nana Tanimura durante la presentación a los medios de su nuevo single “Crazy for You” necesitó resaltar esta información, según declaraciones recogidas en una página web en inglés de noticias japonesas:


“I was invigorated by the red bodysuit and felt dangerous. I’ve injected a bit of stealth and some futuristic moves into my dance. You haven’t seen anything like it.”

En su momento ya habíamos puesto su single “Jungle Dance” y fue durante verano del año pasado cuando publicó su anterior doble single “Sexy Senorita”/ “If I’m Not the One”. No los enlazamos por no estar "accesibles" aquellos días, pero recuerdo como una tarde, descargando cosas, descartando cientos de entradas en el Reader y tratando de asimilar por Youtube y similares todo lo que pudiera, bajé el videoclip del primero de los dos temas (el segundo videoclip llegó casi con septiembre). Es difícil poner en palabras mi reacción cuando después, a kilómetros de distancia, me enfrenté a aquel delirio “latino”. Además el videoclip cuenta con el dudoso honor de tener una de las metáforas visuales sexuales más casposas vistas en tiempos recientes. Pero bueno, tampoco tenía otra cosa que hacer que convivir con ello.

En esos momentos trataba de leer “La Imagen-Moviento” de Deleuze y un pasaje, donde hablaba de los encuadres dentro del plano, en forma de puertas, marcos, enclaves o un desfile donde la cámara pasa por debajo de un excombatiente sin una de sus piernas, para ver el paso del desfile y del mundo desde esa perspectiva, de repente resonó con uno de los movimientos de baile (las manos encuadrando su rostro durante el estribillo cuando dice “Say!”). Y a partir de ese momento, todo consistía en encontrar planos dentro del plano, redistribuciones del centro de atención de la mirada, la tensión fetichista entre una cámara que corta el cuerpo violentamente y esta chica, que decide que es aquello que quiere que realmente aparezca en el plano. Y finalmente con las escuchas, con la compañía, los detalles que en un principio parecían ramplones, lo seguían siendo pero ahora mirados con cierto cariño. Este proceso, o al menos uno que guarda grandes similitudes, es uno de los “paraísos perdidos” del oyente o el crítico. Aquellos días adolescentes donde uno escuchaba el mismo disco, en casete, vinilo, CD, da igual, dos, tres, cuatro o más veces durante una misma jornada, cuando uno salía a la calle, para hacer cosas, comprar o dar clases y se imaginaba durante el camino de vuelta como sería volver a escucharlo. O en un caso más significativo, el disco difícil, que encierra sus significados y sus recompensas en un lenguaje cerrado, que uno cree ir descifrando con las escuchas, acompasándose a sus vibraciones, colores, sucesiones, cambios de humor, hasta que un día, que se graba a fuego, todos los fragmentos cobran sentido por un instante en una escucha deslumbrante, catártica, reconfortante con la visión que se tenga de las posibilidades del ser humano. Autechre han hecho carrera con ello. En mi caso, el que más recuerdo por ser el primero, no tener ni una pista de cómo asimilarlo y seguramente aquel al que más tiempo le dediqué, fue uno de Gastr del Sol que compré tras cientos de lecturas (y de fantasías) por un artículo en la Factory. El gran momento llegó casi dos años después, con algunas escuchas más de músicas experimentales e improvisadas, y fue muy tierno y dije tras saltar el CD “Ah, era eso”.

En fin, saco la anécdota para supongo volver a recalcar la idea de que este proceso de “desvelamiento” de una verdad oculta en un disco mediante un concienzudo trabajo en forma de horas de escuchas está un poco sobrevalorado y que desde luego, puede no merecer la pena en sus resultados. Supongo que es uno de los principios con los cuales funcionan las canciones comerciales: el hecho de que suenen constantemente o que no pueda uno salir sin encontrarse con su presencia indeseada, hasta que en algún momento, se hace contacto con ella, por estar sonando en un momento álgido de una conversación, o hacernos apurar una sonrisa en un momento más o menos triste y apagado, o cosas así, y nuestra opinión cambia, quizá de un modo no radical, pero si evidente. En ocasiones, simplemente vencen aquellos esfuerzos que habíamos realizado para algo que nos gustaba desde el principio. A mi me pasaba siempre con los singles de los dos primeros discos de Suede, que decidía que me gustaban justo en el momento en el que dejaban de promocionarlos. Supongo que habrá gente a la que este proceso de repetición les parecerá algo bastante desagradable y por momentos, intrusivo en su intimidad, puede que la misma gente que encuentre prodigioso escuchar una misma canción diez o más veces seguidas, pero no suelo tener muchos problemas con los procesos repetitivos (siempre que partan de mí). Pero esta experiencia cambia un tanto la relación que se tiene con los objetos musicales, las grabaciones, las canciones, los discos y la necesidad de imponer en ellos la necesidad de lo sublime, ser transmisores de emociones inauditas o contener una reflexión que trasciende la vida cotidiana.

En realidad toda esta parrafada (que después se ve tan cortita publicada) viene más como reacción a otro de esos indefinibles consensos de internet que al nuevo single de la señorita (y futura licenciada en leyes) Tanimura, ya que el nuevo single, sin dejar de ser genérico me gusta sin esfuerzo. La progresión musical de los acordes y la manera de generar anticipación y colocar el estribillo podemos haberla escuchado cientos de veces en distintas canciones, y la instrumentación nunca deja de ser profesional pero pegadiza (las secciones de viento, las palmas, la guitarra pseudo-funk, las gotitas de sintetizador made in SAW, etc.) y entretenida para el oído por la limpieza y el espacio pulcro de la producción. Es decir que no molesta ni para lo bueno ni para lo malo y suponemos tiene su momento mientras descansamos de escuchar a tantos genios y tantas obras maestras que se publican al año. La razón de ser viene por la cruel atrocidad que Scarlett Johansson ha cometido con una canción que ha entrado en el imaginario colectivo de la sensibilidad en una versión de Jeff Buckley. Lo que realmente me molestó fueron los dos días que tardé en decidirme a escuchar la canción desde que comenzó a propagarse la corriente de opinión en otro de esos días sin noticias. El dejarme convencer y no sospechar cuando un montón de comentaristas incapaces de hacer una referencia a la música o el diseño de sonido de una canción o disco que les gusta, comienzan a poner pegas sobre afinación (¿de verdad han escuchado todos esos discos indies?), la falta de gracia o de intención o de capacidad (acumular capital, acumular capital) para ajusticiar tal afrenta. Así que cuando escuché la canción en YouTube, mis expectativas y el objeto en sí no parecían tener en común nada más que el nombre. No es que crea que sea algo “grande” o que me pueda arrebatar, pero no desafina, es una versión recogida que puede formar parte de la acción de una película y tener una intencionalidad bien distinta a aquella con la que se interpreta. Y básicamente me puedo imaginar a alguien enamorándose de ella, porque uno mismo se ha enganchado a cosas más vulgares. De hecho es posible que me resulte más agradable que la versión de Buckley, ya que esta ha sufrido menos la erosión de los lugares comunes, no me ha asaltado por todos lados en radio, películas, anuncios, series o textos escritos, no he visto las caras llenas de pasión mística de gente escuchándola o hablando de ella y en general no me resulta tan cargante en su posición de cumbre de lo sensible, ya que uno, que escuchó “Grace” durante una buena temporada, encuentra en ello nada más que cursilería y sobrecargar hasta la extenuación la ligereza y claridad de aquella interpretación. Algo trasladable a toda la extensión y el peso del disco en si mismo. Y supongo que tras escribir toda esta tontería ya no me da tiempo a escribir una reseña (¡mi primera!) de “Polyfolk Dance”.

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