El jueves por la noche me sucedió algo, anecdótico y mirando hacia atrás casi ridículo, pero que tuvo la virtud de ponerme paranoico, furioso y dejarme descolocado durante estos días. Justamente en el primer momento, el de mayor nerviosismo y desorden, coincidió con mi primera escucha de “London Zoo” de The Bug. Kevin Martin comenta que su intención era mostrar toda la tensión, frustración y desesperación que provoca Londres en sus ciudadanos. Y desde mi experiencia en esos momentos, puedo afirmar que sí, que es la banda sonora y la expansión de esas sensaciones y sentimientos. Escuché voces donde no las había, los cambios de intensidad parecían moverse con las subidas o bajadas de mi humor, prolongarlos o provocarlos sin saber que provenía de mi cabeza o que no, sintiéndome parado, como congelado y fuera del cuerpo. Dicho lo cual y siendo mi escucha del disco un asco lo que no da demasiada credibilidad a lo siguiente, me obligó a preguntarme sobre la utilidad de tan minucioso y prodigioso trabajo de creación de ambientes, diseño sonoro y esfuerzo creativo. ¿Alguna salida a esto?

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