El fin de semana pasado estuve leyendo “Third Coast” de Roni Sarig. Es un libro que consigue hacer pasar como algo sencillo algo que en realidad es muy complejo. Supongo que todos hemos pasado por algo parecido cuando nos hemos acercado a un estilo musical, un subgénero de este, una escena determinada a ciegas, tratando de reunir todos los fragmentos para tratar de extraer una visión de conjunto. Maquetas, grabaciones publicadas por los autores que desaparecen de la circulación en cuanto se venden todas las copias, programas de radio o televisión que son o fueron, salas de concierto, bares, discotecas que como cualquier otro negocio pueden tener una vida breve, prolongada o cambiar de chaqueta según pinte el mercado, fanzines, prensa local, lugares de reunión, locales de ensayo, estudios de grabación, la gente original, los temas emblemáticos, las mínimas variaciones, los encuentros, los grupos de conocidos, los que llevan en sus hombros el estilo actualmente y de repente, aparece gente nueva como de ningún lado y todo se vuelve subjetivo (¿los había visto? ¿los había ignorado? ¿no los conocía?), resbaladizo y debes comenzar de nuevo, porque de repente el mapa que habías dibujado ya no coincide con la realidad, te preguntas si todo esto realmente merece la pena o simplemente te estás obsesionando con algo que no va a ninguna parte, miras a tu alrededor y te encuentras un montón de cosas viejas que no parecen importar ya a nadie, etc. Sarig lo que hace es fijar historias que hasta ahora parecían no estar escritas, dando una base histórica más o menos escueta que trata de fijar las infraestructuras de las que disponía la ciudad o al menos del carácter de la zona, desarrollando los personajes principales, dejándoles hablar y cuando la trama llega a un punto muerto, en forma de una voz nueva, no tiene remilgos en parar y comenzar de forma más breve esa nueva historia hasta que todo parece entrelazarse entre si, culminando con la razón que da valor a la narración de esa historia con la llegada de esos artistas a la fama (y su posterior decadencia comercial). Y es algo que hace once (diez) veces, uno por cada capítulo del libro. Además lo hace sin caer en la mitificación ni en el oscurantismo del coleccionista. Uno acaba con el libro y piensa que tardará meses en buscar, localizar y escuchar (con los medios actuales) todos los discos y canciones que se mencionan, pero Sarig aunque defiende sus favoritos, también te cuenta todas las fallas, todo el material de relleno y todos los cambios de orientación para dejarse llevar por la corriente de las ventas.

Los problemas de esta manera de estructurar el libro son evidentes: el libro se vuelve repetitivo en su desarrollo, los capítulos parecen artículos periodísticos pero descansan en el conocimiento de personajes secundarios que han sido presentados en otra parte del libro, el propio autor a veces parece escribir párrafos que sólo sirven como recordatorios de que tiene que escribir esa historia en otra parte, todo esto no deja de ser una visión parcial y esquemática de cada una de esas historias, hay puntos muertos que no se exploran y no queda espacio para desarrollar temas de fondo (el materialismo en el hip-hop, la pose dentro de la historia para soltar verdaderas barbaridades de las que uno después no se hace responsable pese a decirlas en primera persona, la estructura de la ciudad norteamericana y su urbanismo con sus mundos inconexos en forma de downtown, barrios residenciales, uptown, projects, etc. marcando de manera continuada la vida de aquellos que han nacido en ellos, el negocio, sus chanchullos y sus iluminados, las conexiones con el crimen como única forma de reunir el capital suficiente para iniciar un negocio, etc.) que continuamente asoman y dan forma al devenir de los acontecimientos. Pero la cantidad de información y la manera clara en la que esta está presentada son un enorme resultado. De repente nombres que en mi mala educación parecían secundarios o casi invisibles, nombres sueltos de gente sola, se colocan dentro un tapiz que los incluye y arroja una nueva luz sobre ellos (que en realidad es algo bastante fuerte, pero son ya pasado y algunos desde hace una década o más), pero también sobre como se desarrollan los acontecimientos actuales (cuando caes que Keri Hilson pudo dedicarse a ser songwriter por haber vivido en Atlanta, donde el establecimiento de un sello como LaFace y una serie de eventos artísticos, propiciaron una continuidad y soporte para propuestas tan distintas como Outkast, TLC, Kris Kross o T.I.) y de donde viene el poder de mucha gente que es ahora visible en la industria.

Uno de los dos capítulos que transcurren en Nueva Orleans (Atlanta y Houston también repiten) me pareció fascinante por como comienza la narración de la historia desde una perspectiva casi musicológica, con el desarrollo de la bounce music. Como en las discotecas usaban el interludio instrumental de una canción para prolongar esta durante minutos y horas mientras se hacían scratchs y la gente bailaba. Como después comenzaron a incorporarse alguien que cantaba o gritaba unas instrucciones para guiar el baile, como estas instrucciones dieron paso a los guiños a los barrios de la ciudad, estos a otros en respuesta, líneas que se convierten en cultura popular de los clubs y que todo el mundo sabe reconocer, como las producciones comienzan a samplear, hacer citas e interpolaciones o variaciones sobre el tema original y como a partir de este se va creando finalmente un sonido más complejo, sutil y rico además de distintivo. La canción original era “Drag Rap” de The Showboys y estas canciones (1,2,3,4) son algunos de los pasos que hemos mencionado antes (si les interesa miren todos los videos de ese usuario de Youtube porque se dedica casi exclusivamente a buscar bounce music y el “triggerman”). A mi me hubiera encantado poder leer un capítulo sobre Baltimore y su música de club, que en lo básico sigue una historia parecida, salvo que al final termina convirtiéndose en una serie de técnicas de producción comunes y compartidas por todos los músicos para crear ese sonido machacón y adictivo. Es un género que siempre me ha llamado la atención, reconocible al momento y que encaja a la perfección con todos los pros y contras sobre una escena que mencionábamos en el primer párrafo. Los discos son difíciles de conseguir (incluso por p2p), la información es fragmentaria y es difícil de encontrar (¿cuántos resultados pueden arrojar las palabras “Baltimore” y “club” en Google?), la radio local y en este caso la DJ que maneja el tinglado (K-swift) no tienen emisión por internet o en forma de podcast, hay portales que venden mp3s pero los precios son caros (2$ por tema) e igualmente no tienes ni idea de si lo que compras es novedad o no. Y bueno, supongo que tampoco me entero.


Pero en fin, pongamos algunos recursos disponibles para tratar de arrojar luz. Este es un estudio académico que puede ser útil marcando el contexto además de por su bibliografía. Está este artículo sobre los temas importantes en el origen y desarrollo del género. En el periódico local, con cierta frecuencia se habla de la música de club. Por ejemplo, en el especial de esta semana se habla de la memoria oral de un serie de locales que alumbraron estos sonidos así como de las distintas emisoras y programas en emisoras de internet que pueden escucharse. Al que podríamos añadir este que hacen la gente de Unruly Records (el sello más conocido del género). Ya es algo más que lo que puedo hacer con géneros como el favela funk, el kuduro, el kwaito o el runrún que lleva años tratando de convertir en hype a la cumbia, que en principio parecen casi inabarcables.

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