Algunos artículos en The Guardian:

Uno sobre Annie.

Otro sobre la Yellow Magic Orchestra

Y este sobre Fleet Foxes. No se si existe realmente una polarización frente al disco de Fleet Foxes, en el sentido de que incluso sus detractores admiten que es un buen disco, pero que les termina provocando indiferencia. Este artículo es interesante porque trata de explicar cual es la razón por la que su música fascina a la autora, pero esa idea de magia y naturaleza animada, alimenta mis reticencias más que disolverlas. Hasta ahora lo único que había escuchado de ellos era el EP previo al disco y lo hice tras ver el documental sobre la escena de cantautores de Laurel Canyon en los setenta, así que de partida esa influencia resultaba demasiado evidente, demasiado conocido el uso de los rasgos de estilo y las texturas de un movimiento musical enclavados en un momento histórico y político muy determinado como una chaqueta nueva más que vestir para estar en la moda contra la moda. También puede ser que las premisas de aquel documental y libro, resulten demasiado sugestivas: del mismo modo que el público que asistió en los cincuenta la eclosión de “rebeldía” del rock’n’roll se refugió al desaparecer este de las listas de ventas en otros estilos como el folk para poder continuar viviendo con sus nuevas costumbres y maneras de ver la vida, tras tocar techo la contracultura con sus nuevos modos de vivir, sus ganas de cambiar el mundo buscando un nuevo nivel de conciencia y de estar en este o la exploración en todos los ámbitos de estas nuevas libertades se producen una serie de hechos simbólicos (el asesinato de Sharon Tate, el asesinato de un espectador a manos de la “seguridad” durante el concierto de los Rolling Stones en un festival) o no (el asesinato de Martin Luther King, lo disfuncional de las medidas políticas y los servicios sociales, el comienzo del proceso de estagnación económica que se llevará la confianza y estabilidad que el modelo keynesiano había mantenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el endurecimiento de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes o las fuerzas más radicales) que agrietan la homogeneidad del conjunto convirtiéndolo en un montón de comunidades próximas pero aisladas. Y es interesante como estos músicos, ya famosos y establecidos, viran hacia la intimidad pero no hacia lo espartano, sino como alguien que ya ha cubierto sus necesidades vitales y decide proponerse nuevas metas y objetivos en su vida. Los arreglos no dejan de estar seguros de si mismos, pero se hacen más barrocos, complejos y bellos, pero el mismo proceso y el cambio del tiempo y la sociedad (algo del que el rock no quiere saber nada) acaba convirtiendo a esos artistas en lo más alejado que uno puede imaginarse de los problemas de la calle, ensimismados, narcisistas y pagados de si mismos. A veces los resultados son soberbios y otros son patéticos pero esa sensación de creer tanto en si mismo y su capacidad como compositores no deja de ser algo admirable aunque sea con ambivalencia. La idea de usar este estilo como una nueva puerta en una búsqueda hacia el escapismo de la realidad, como fue en su caso el shoegazing, el post-rock o el neo-folk, buscando la “magia”, el “encanto” o lo “hipnótico” no me resulta particularmente inspiradora. Quizás estoy equivocado y me estoy perdiendo algo grande. Supongo que escucharé el disco antes de las listas de lo mejor del año y ya lo comprobaré.

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